Así empezaba un correo que recibí ayer. Este es mi tipo de correo favorito. Sencillo, pero valiente. Realista, pero entusiasmado.
Tengo ganas de intentar.
Para empezar cualquier proyecto creativo se necesitan ganas de intentar. Ni más, ni menos.
Ni más, porque todo lo demás llega naturalmente después.
Ni menos, porque sin ganas de intentar no se puede hacer nada.
¿Cuántos de nosotros sabemos esto, íntimamente, pero olvidamos aplicarlo en nuestra toma de decisiones?
Nuestro motivo de cabecera para decir que NO es no haberlo hecho antes.
Nunca escribí ficción, no es para mí.
Nunca salí a correr, no es para mí.
Nunca tejí al crochet, no es para mí.
Nunca bailé salsa, no es para mí.
Nunca tuve una primera cita, no es para mí.
Nunca lo hice, no es para mí.
Si estuviéramos hablando de comer brócoli, una madre se materializaría adelante nuestro y nos diría ¿cómo sabés que no es para vos, si nunca lo probaste? pero su jurisdicción parece terminarse en las verduras.
Seguimos sin intentarlo, porque no lo intentamos nunca.
Le decimos que no a nuestras ganas y ellas se quedan ahí, solitas, esperando que alguien las pase a buscar.