La semana pasada te contaba que soy una persona con muchos miedos, pero la falta de inspiración no es uno de ellos.
Sí, me da miedo no llegar a escribir todas mis ideas.
Sí, me da miedo olvidarme de mis recuerdos antes de poder escribirlos.
Sí, me da miedo transformar mis grandes ideas en borradores imperfectos.
Pero no, nunca siento miedo a quedarme sin ideas.
Esto no es porque yo sea más valiente que los demás (lo cubrimos la semana pasada, le tengo miedo a todo) ni porque mi mente sea una fuente inagotable de ideas fantásticas (el 75% de mis textos existen solo porque aprendí a llenar espacio guitarreando).
No le temo a la falta de inspiración porque aprendí que esta siempre aparece en lo inexplicable.
No me inspira lo que entiendo, me inspira lo que me desconcierta.
Me inspiran esas cosas que cuesta explicar con palabras:
🌫 La sensación de mirar a mi hermana y ver al mismo tiempo la bebé que supe cuidar y la adulta que me aconseja hoy.
🌫 La tristeza que siento cada vez que me acuerdo que el año pasado dos personas tiraron abajo el Sycamore Gap tree, un árbol legendario, porque sí.
🌫 Lo lejana que siento mi adolescencia y lo cercana que me siento a muchos de los sentimientos que tenía en ese momento.
🌫 Lo que se vive cuando un texto empieza a tomar forma. Cómo se construye casi sin esfuerzo, como si ya hubiese existido antes y a mí me tocara simplemente escuchar y transcribir.
🌫 Vivir en un país distinto al mío, al mismo tiempo sintiéndome como en casa y extrañando mi casa.